EDGAR ALLAN POE

«Todo lo que el hombre de genio demanda para exaltarse es materia espiritual en movimiento. No le interesa hacia dónde tiende el movimiento –sea a su favor o en contra–, y la materia en sí carece por completo de importancia», dice Edgar Allan Poe en una de sus «Moralia». El término «materia espiritual en movimiento» –contradictorio en sí mismo, enriquecido por la colisión irremediable de sus miembros– define en su ambigüedad la difícilmente aherrojable figura de Edgar Allan Poe. Su impulso, el del hombre de genio, supuso un aliento imprescindible –a través, sobre todo, de la influencia que ejerciera sobre los poetas simbolistas franceses– en los albores de la modernidad. En su propio contexto, dicho impulso se le manifestó casi siempre en contra –baste con recordar la penosa vida de Poe, y las insoslayables dificultades materiales y personales que se le presentaron para llevar a cabo lo que él consideraba su tarea–. O con fijarnos, como ya hiciera Baudelaire, en su casi absurdo final: tomado por mendigo y emborrachado en plena campaña electoral con la intención de comprar su voto. Una de las mentes más lúcidas del siglo se apaga, tendida en una cuneta, sin conciencia ya. Un final que