La historia de las emociones, la gran olvidada por la ciencia

Eduardo Bravo

Barbara H. Rosenwein, historiadora medieval de formación, pionera en abordar la historia y evolución de las emociones humanas y una de las mayores eminencias en este campo, conversó con Javier Moscoso, comisario del festival, sobre «el amor y sus dramas». En esta entrevista con el periodista y escritor Eduardo Bravo, autor entre otros títulos de Almanaque chatarra (Efe Eme, 2024), habla sobre el estudio de las emociones a lo largo de la historia y cómo surgió su interés por un fenómeno que, a pesar de atravesar la existencia del ser humano, ha sido tradicionalmente ignorado por la academia y malentendido por muchos historiadores.

Entrevista con Barbara H. Rosenwein

Es complicado empezar una entrevista periodística. De ello depende que la conversación se malogre o que discurra por una senda agradable y productiva. Como en otros ámbitos de la vida, un saludo cordial, un comentario amable facilitará que el interlocutor se sienta cómodo y, en consecuencia, acceda a confiarle a un extraño pensamientos y reflexiones sobre su vida o su trabajo que vayan más allá de lo rutinario y lo convencional. En el caso de Barbara H. Rosenwein, la fórmula de saludo parece inevitable: «How do you feel today, Mrs. Rosenwein?». Una pregunta a la que ella responde con un afable «Fine, thank you, and you?», acompañado de una amplia sonrisa que confirma que la conversación será agradable y provechosa.

Para aquellos que no estén familiarizados con su obra y no alcancen aún a entender el porqué de este comienzo, Barbara H. Rosenwein es profesora emérita de la Loyola University Chicago, cargo que ocupó después de haber impartido clases en las universidades de Oxford, Gotenburgo, Dresde, Utrecht, Reykjavik, en la École des hautes études en sciences sociales y en la École normale supérieure de París. Autora de libros como Anger: The Conflicted History of an Emotion, What is the History of Emotions?, Emotional Communities in the Early Middle Ages y Amor: Una historia en cinco fantasías (Alianza Editorial, 2022) –su única obra traducida al castellano–, Rosenwein es una de las pioneras en abordar la historia y evolución de las emociones humanas y una de las mayores eminencias en este campo.

Barbara Rosenwein en el CBA

© Nacho Martín

«Soy historiadora medieval de formación y, durante muchos años, trabajé estudiando cosas sobre monjes, donantes, actos de caridad… Un día, mientras estaba en una conferencia, escuché a alguien que decía que en la Edad Media la gente era impulsiva y se comportaba como si fueran niños. En realidad, el conferenciante estaba repitiendo una teoría de Norbert Elias, publicada en 1939 en El proceso de la civilización, que no se tradujo en Estados Unidos hasta los años setenta. De hecho, en España, donde se publicó en esa misma época, el libro fue muy popular. Según Elias, en la Edad Media no existía ningún tipo de control sobre las emociones, hasta que, gradualmente, gracias a los Estados absolutistas, se controlaron y se civilizaron. Cuando escuché eso…», recuerda Barbara H. Rosenwein con una expresión entre incredulidad y hartazgo. Para ella, estudiosa de las órdenes monásticas, de las órdenes de caballería y de cómo sus normas internas de comportamiento influían en toda la sociedad medieval, las teorías de Norbert Elias no eran del todo acertadas.

«Decidí investigar las emociones en la Edad Media. Nada más comenzar, me planteé esta pregunta: ¿cómo sabemos lo que era o no era emocional en esa época? Cuando alguien quiere investigar las emociones de forma holística, esta cuestión no es tan importante, pero si te interesan las emociones en particular, como es mi caso, si quieres adentrarte en las particularidades de cómo se siente la gente, hay que desarrollar una metodología que estudie las emociones del pasado sin imponer las del presente. Hoy tenemos una idea bastante restringida de lo que son y deben ser las emociones, que están limitadas a cinco o seis emociones básicas. Pero ¿fue siempre así?», se pregunta esta historiadora, cuyas investigaciones han renovado los estudios históricos y ampliado sus fronteras.

¿Por qué los historiadores han prestado tan poca atención a las emociones en el pasado? ¿Quizá se deba a que se consideraban una debilidad humana frente a la razón o la fuerza, que se entienden como capacidades virtuosas?

Es un planteamiento muy interesante, basado en la teoría occidental que separa la razón de la emoción, pero no siempre fue así. Aristóteles pensaba que las emociones eran una especie de juicio que permitía saber cómo debían ser las cosas: si las emociones eran acertadas, proporcionaban placer; si no generaban ese placer, se juzgaban como malas. Ahora, con esa oposición entre razón y emoción, esta última se considera una debilidad. De ahí que las figuras que consideramos objetivas en sus análisis sean las de los científicos, sabios que, se supone, saben dónde está la verdad porque hacen resonancias magnéticas y conocen el funcionamiento del cerebro… Posiblemente, sepan mucho sobre las personas actuales, pero ¿qué saben acerca de cómo eran las del pasado? ¿Qué sentían esas personas?

La cuestión es ineludible: ¿qué sentían las personas del pasado?

Para averiguarlo, en primer lugar, hay que aprender las lenguas antiguas en las que hablaba la gente de la época, porque las emociones son, sobre todo, comunicativas. Nos ayudan a comunicarnos con los demás, pero también con nosotros mismos. Al conocernos, tú me has preguntado cómo me sentía y, al reflexionar sobre ello, esa pregunta es también una forma de entenderme a mí misma. En su Retórica, Aristóteles hablaba de una serie de emociones. Aunque no las llamaba emociones, sino pathémata, establecía que había doce, algunas de ellas totalmente diferentes a lo que actualmente consideramos emociones; por ejemplo, la opuesta a la ira para Aristóteles sería algo semejante a la timidez. En ese sentido, el pasado puede darnos una pista sobre la existencia de una historia de las emociones que los científicos, incluidos los psicólogos actuales, han descuidado. Lisa Feldman Barrett [directora del Interdisciplinary Affective Science Laboratory y de la revista Emotion Review] piensa que las emociones son conceptualizaciones que se obtienen del entorno social, de nuestros padres, de nuestros amigos, de la televisión…

Entonces, según esa teoría, diferentes sociedades darán lugar a diferentes emociones entre sus individuos. ¿Es así?

En cierta medida sí. Los seres humanos somos seres sociales, nos necesitamos unos a otros, pero también necesitamos controlar nuestros sentimientos y nuestras emociones para poder vivir dentro de esa comunidad. A pesar de ello, las personas pueden forjar su propio tipo de yo dentro de ese control social y de ese conjunto de valores.

En todo caso, y más allá de esas diferencias relacionadas con la sociedad, ¿son las emociones una cualidad compartida por todos los seres humanos?

La respuesta sencilla también sería: sí, todas las personas tienen el potencial de tener emociones. Sin embargo, como decíamos, hay algunas sociedades que privilegian y alientan ciertas emociones mientras que reprimen otras. De hecho, se puede decir que han existido sociedades, más bien pequeñas comunidades, que nunca han expresado sus emociones.

¿Podría ponerme un ejemplo?

Estoy pensando en los aristócratas del norte de Inglaterra en el siglo xv. Cuando viajaban, escribían cartas y más cartas a sus amigos y familiares, costumbre que nos ha permitido tener una enorme colección de ese tipo de documentos. Sin embargo, cuando los historiadores las leyeron, sentenciaron que esas personas carecían de sentimientos, ya que no los expresaban en esas cartas. Sin embargo, lo que sucedía era que no los expresaban de la misma forma en que lo hacemos hoy en día. Sencillamente tenían un vocabulario diferente al nuestro a la hora de expresar ese tipo de emociones. Por ejemplo, decían cosas como «esto me hace sentir pesado» o «cuando mi corazón pesa». Actualmente no empleamos la palabra «pesado» como sinónimo de tristeza, por lo que, a la hora de analizar ese clase de documentos, necesitas dedicar mucho tiempo a entender qué quieren decir en realidad. De hecho, ahora ni siquiera utilizamos palabras para expresar muchos de nuestros sentimientos. Lo hacemos, por ejemplo, a través de emojis y no nos sentimos raros por ello, todo lo contrario. No creo que en el siglo xv hubieran disfrutado usando emojis. Sin embargo, nosotros sí porque forman parte de nuestra sociedad.

Ha mencionado el adjetivo «pesado» para describir una emoción del siglo xv, y es curioso que, en su libro Amor: Una historia en cinco fantasías, en el que emplea numerosos ejemplos tomados de la cultura de masas, mencione el tema del cantante de soul Jackie Wilson «Your Love Keeps Lifting Me Higher & Higher». ¿Hay algo que explique estas referencias a la pesadumbre en el caso de la tristeza y a la ligereza en el del amor?

Nuestros cuerpos forman parte de nuestras expresiones emocionales, y esa ligereza no es únicamente una metáfora. Es como cuando se dice «mi corazón está lleno de amor». Ahora, cuando muchas de las emociones se vinculan con nuestro cerebro, ¿crees que alguien diría «mi cerebro está lleno de amor»? Muchas imágenes emocionales están conectadas con el cuerpo, hasta el punto de que pienso que podría haber un sustrato biológico en muchas de ellas. Podríamos afirmar que todos los seres humanos tienen emociones desde el momento que tienen cuerpos. De hecho, creo que es eso lo que nos diferencia de las inteligencias artificiales y de los robots.

Por tanto, una máquina no podría tener sentimientos, ¿es así?

Probablemente las máquinas puedan llegar a sentir. Pero, desde el momento en que tienen cuerpos diferentes a los de los seres humanos, sentirán de manera diferente. Es lo que sucede con los humanos y los animales, entre los que no veo una diferencia tan clara. Son muchos los científicos que piden que no se humanice a los animales, pero tal vez lo que debemos pensar es que los animales no tienen las mismas emociones que los seres humanos. Lo que sí cuesta creer es que no tengan emoción alguna, porque es un hecho que las emociones son parte de nuestros cuerpos y de nuestros movimientos.

AMIGOS Y ENAMORADOS

Uno de los fenómenos que analiza Barbara H. Rosenwein en sus investigaciones –especialmente en su libro Amor: Una historia en cinco fantasías–, es de qué manera la sociedad ha definido emociones como la amistad y cómo la moral imperante la ha cargado de elementos que no necesariamente le eran propios en un primer momento. De esta forma, mientras que expresar sentimientos de amistad entre mujeres era virtuoso y deseable, sobre las relaciones de amistad entre hombres que no cayesen claramente en la francachela y la camaradería sobrevolaba el fantasma de la homosexualidad, razón por la que no estaban tan bien vistas.

«La idea de la amistad ha sufrido numerosas transformaciones. Encontramos varios ejemplos en la Edad Media, como la historia de Eloísa y Abelardo. Estos amantes calificaban su relación como una buena amistad y se definían como dos amigos. Posteriormente, se entendió que su relación no era una mera amistad, sino que implicaba la sexualidad, pero, en esa época, el concepto de relación amorosa era diferente. Incluso en el siglo xix personas del mismo sexo compartían camas de hotel y, en Moby Dick, Melville presenta al héroe, Ismael, compartiendo cama con Queequeg, el arponero polinesio. Es posible que tuvieran sexo entre ellos, pero, de ser así, en esa época no era algo reseñable, tampoco era un problema», explica Rosenwein.

Al hilo de las relaciones de amistad entre hombres, en Amor: Una historia en cinco fantasías, usted cita Brokeback Mountain, la película de Ang Lee en la que dos hombres, que posiblemente no se considerasen a sí mismos homosexuales, en un entorno hostil y con el añadido de la soledad, necesitan expresarse emociones de afecto y cariño. ¿Por qué una cosa que resulta tan comprensible ha sido tan censurada socialmente?

Qué pena, qué dolorosa es esa situación. Es un ejemplo clarísimo de cómo la moralidad influye en las emociones, en qué está permitido y en qué no, e incluso en qué debe ser considerado amor. Mi libro sobre la ira, Anger: The Conflicted History of an Emotion, se dividía en capítulos que diferenciaban entre quienes consideran que la ira siempre es una emoción terrible y aquellos que defendían que es buena en ciertas ocasiones. En ese sentido, la historia de las emociones es también historia del cambio moral, pero no como un paso de lo incivilizado a lo civilizado, sino desde el punto de vista de las transformaciones que sufren esas emociones con el paso del tiempo.

Cubierta del libro "Amor, Una historía en cinco fantasías", Alianza Editorial

Cubierta del libro «Amor, Una historía en cinco fantasías», Alianza Editorial

Hemos hablado de que los historiadores no prestaron especial atención a las emociones en el pasado. Habida cuenta de que, hasta fechas recientes, la academia estuvo dominada por hombres, ¿hasta qué punto se les ha dado importancia a las emociones de las mujeres?

Como sucede con el hombre, las mujeres siempre han buscado las formas de expresar sus emociones. En contra de la opinión más extendida, Penélope no es esa mujer pasiva que espera y espera a su esposo. En realidad es una mujer que juega, que hace cosas, que engaña a Ulises cuando regresa y que tiene una noción muy clara de quién es y de qué cosas puede y no puede hacer como mujer. Posteriormente, en su diálogo Económico, Jenofonte crea la imagen de una familia feliz, que no deja de ser una ficción hecha por un hombre, en la que la mujer tiene una gran cantidad de obligaciones, más de las que tendría el hombre. «Oh, parece que tú tienes todos los privilegios», dice la mujer, y el hombre le responde: «Sí, sí, es cierto pero, si cumples con todos estos mandatos, te cuidaré y te tendré consideración incluso cuando seas vieja y pierdas el atractivo sexual», lo que también da una idea de cuáles eran los sentimientos o las necesidades de una mujer de esa época. A ello se suman infinidad de monjas que han escrito sobre el amor, aunque la fuente de su amor sea Dios, y luego tenemos las novelas de los siglos xviii y xix, en las que las mujeres escriben acerca del amor, de la devoción exclusiva de las mujeres hacia los hombres y de todas esas dificultades que siempre rodean a la novela romántica porque, hasta fechas muy recientes, no recuerdo que haya habido mujeres que, como sucede con un personaje como Casanova, hayan escrito sobre el deseo o la necesidad de tener muchas parejas diferentes.

¿Por qué cree que conceptos como el amor, los enamorados o el enamoramiento suelen ser ridiculizados socialmente?

Vivimos en una sociedad muy contradictoria. Por un lado, hay una tendencia en contra del sentimentalismo que critica cosas como el amor para toda la vida; por otro, hay mucha gente que dice que el amor es el amor, algo maravilloso, que es magnífico que un hombre ame a otro hombre, que una mujer ame a una mujer o que una mujer ame a un hombre, que todo es maravilloso y está bien. El problema es que las emociones, como cualquier otra cosa en nuestra sociedad actual, suelen ser consideradas mercancías que pueden ser explotadas. Para serte sincera, creo que ese tipo de dinámicas no deberían hacerse con el amor o la confianza de una persona. En inglés tenemos la expresión gaslight, que procede de la película del mismo nombre [se refiere a la película Luz de gas, de George Cukor de 1944] y hace referencia a esa persona que finge estar enamorada de otra, pero que, en realidad, la está manipulando. ¿Hay alguna expresión semejante en español?

Sí, de hecho sería la expresión «hacer luz de gas», que procede también de la misma película.

Entonces, se entenderá que con «luz de gas» me refiero a que no se puede ser cínico en lo que se refiere al amor porque puede tener consecuencias muy graves socialmente, como que las personas no sepan cómo disfrutar de él. Esta emoción, como otras muchas, no aparece de manera sencilla porque, por mucho que nos digan, el amor no es solo amor. También es pena, felicidad, abuso, afectos… A pesar de que tiene solo cuatro letras, a veces nos olvidamos de que es un término complicado que implica muchos campos y muchas cosas. De hecho, solemos decir que cuando uno está enamorado no tiene que hacer nada salvo disfrutar, pero no es así. Hay que hacer muchas cosas por el amor y, aunque pueda parecerlo, esto no es una contradicción. El amor puede ser muy satisfactorio, pero también es muy complicado y requiere dedicación.

Para acabar, me gustaría conocer su opinión sobre Del revés, las películas de Pixar que abordan la cuestión de las emociones. ¿Son una forma adecuada de acercarse a este tema por parte de las audiencias más jóvenes o no son más que, como decíamos antes, un producto que se acerca a las emociones desde lo puramente mercantil?

Soy bastante crítica con Del revés y su secuela. El hecho de que haya cinco ideas básicas, con un color y un temperamento para cada una, resulta excesivamente simple. En mi opinión, son películas terroríficas, más aún si pensamos que son para niños. Mis nietos se pusieron a llorar cuando la emoción se extravía y no puede encontrar el camino de regreso a casa, y ese tipo de planteamientos no me parecen buenos.

He visto libros para niños, incluso aquí en España, que explican cómo son los sentimientos con dibujos. Además de que apenas mencionan el amor, porque los psicólogos no suelen trabajar con esta emoción, habida cuenta de la dificultad que tiene a la hora de determinar qué expresión facial o qué posición corporal se relaciona con ella, ese tipo de libros ofrecen análisis demasiado simplistas; enseñan a los niños las expresiones faciales que tiene cada sentimiento, pero ¿qué sucede con aquellas que no aparecen en esos libros o en esas películas?, ¿qué sucede con esas personas que no pueden realizar esas expresiones faciales por diferentes motivos? Definitivamente, en cuestión de emociones, creo que tenemos que dejar de simplificar las cosas de una vez por todas.

Barabara Rosenwein con Javier Moscoso en el CBA

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