La excepcionalidad permanente: una nueva normalidad

Ignasi Gozalo Salellas | José Luis Villacañas | María Eugenia Rodríguez Palop

En La excepcionalidad permanente (Anagrama, 2023), el profesor de comunicación y filosofía de la Universidad Oberta de Catalunya Ignasi Gozalo Salellas nos habla de la mutación que ha sufrido el estado de excepción clásico, que ha dejado de ser algo limitado en el tiempo para dar lugar a nuevas formas de control autoritarias surgidas en nombre de la democracia. A partir de la publicación del libro, el Círculo organizó el pasado año un taller sobre esta nueva normalidad así como este debate, en el que participaron, junto al autor, el profesor de filosofía de la Complutense José Luis Villacañas y la profesora de filosofía del derecho de la Carlos III y exdiputada del Parlamento Europeo María Eugenia Rodríguez Palop.

IGNASI GOZALO SALELLAS

La excepcionalidad permanente es una suma de fragmentos que forman un ensayo, en el sentido «adorniano» de jugar y arriesgar más que de determinar. Habla de un periodo excepcional, que se abre con la crisis de 2008, pero cuyos precedentes se encuentran en el 11-S de 2001. Viví en Estados Unidos cerca de doce años, entre Nueva York, Filadelfia y la otra América —tres años en Ohio—, y esa experiencia me dio otra mirada y otra escritura. Estando allí, escribí muchos textos breves para medios o para la academia y al regresar me planteé si tenía sentido pensarlos en conjunto. Finalmente, reuní seis aproximaciones al momento contemporáneo, que yo llamo «el momento de la excepcionalidad permanente», a partir del concepto de estado de excepción, teorizado por Carl Schmitt, el gran teórico del Tercer Reich, muy vinculado al marco político de la dictadura.

El libro también establece un diálogo entre una cierta excepcionalidad americana y la tradición europea, y surge de la pregunta: ¿cuáles son los estados de excepción que se crean en nombre de la democracia? ¿Cómo se articulan hoy esas formas de control, tan claras hace un siglo, dictaminadas por una gran figura soberana que los pueblos de los Estados nación identificaban bajo la forma del dictador, el líder mesiánico, etc.? ¿De qué modo se ejerce hoy el control? A partir de estos interrogantes, trato temas que me han atravesado durante estos años: desde las figuras autoritarias actuales hasta las formas de control durante la epidemia del covid-19, la cuestión de las redes o las implicaciones de la «serialización» en la ficción audiovisual de las plataformas frente a las películas proyectadas en la sala de cine. Más brevemente, abordo aspectos como las narrativas de la catástrofe continua, la figura del migrante o las lógicas de guerra actuales. Excepcionalidades que he intentado neutralizar, pero para las que no soy capaz de ofrecer respuestas. Lo que propongo es una toma de conciencia sobre cómo vivimos cada uno de nosotros y sobre tomar las riendas de nuestra soberanía, individual y colectiva, cada vez más diluidas entre la soberanía nacional y la de las grandes empresas.

Referéndum por la independencia de Cataluña, 1 de octubre de 2017

Referéndum por la independencia de Cataluña, 1 de octubre de 2017

JOSÉ LUIS VILLACAÑAS

Tu tesis está atravesada por una vértebra decisiva sobre la que tenemos que reflexionar: ¿se ha acabado la época neoliberal o estamos ya en una mutación? La intención del libro es la de registrar mutaciones. La primera, de la que emergen todas las demás, es la mutación del estado de excepción. Mientras que el estado de excepción clásico buscaba un poder constituyente unitario, un leviatán, el soberano visible del que hablaba Schmitt en La visibilidad de la Iglesia, ya no se invoca esa soberanía compacta y visible. La excepcionalidad surgida de esa mutación ahora cabalga sobre visibilidades plurales. A diferencia del soberano clásico, cuya estrategia de control se basaba en la dualidad radical y elemental de amigo-enemigo, las actuales formas de control se construyen sin que exista una denuncia explícita de la lógica democrática, lo que supone que nos sometemos a las nuevas formas de poder de manera voluntaria e incluso con entusiasmo suicida. En realidad, se intenta utilizar todas las debilidades democráticas en contra de cualquier espíritu democrático. Esa es la tesis fundamental del texto, donde está muy presente Étienne de 
la Boétie, porque el sometimiento a las sociedades de control es un caso específico de su concepto de servidumbre voluntaria.

El dispositivo por el cual se genera esa servidumbre voluntaria es la producción de angustia. En realidad, creo que cuando el neoliberalismo deja de sostenerse sobre el principio de placer, algo profundo está sucediendo. Las grandes catástrofes contemporáneas tienen que ver con la activación fundamental de la pulsión de muerte. Creo que eso define la mutación. De ahí que el sometimiento a estas estructuras de control, que a la vez son promesas de orden, nos situaría en una suerte de profecía autocumplida: angustiados, reclamamos orden y legitimamos el poder para que nos lo ofrezca. Ese poder tarde o temprano tendrá prestaciones extremas de ofrecer seguridad. Se da así una legitimación de los poderes a través de la producción permanente de excepcionalidad securitaria. Leemos en el libro: «una angustia permanente sobre nosotros, en forma de vigilancias, amenazas, alarmas continuadas, es una nueva biopolítica que vuelve a tener nombre, a diferencia de la sutil lógica neoliberal». Parece que el neoliberalismo clásico se agota y que entramos en algo que se intenta hacer compatible con cierta forma de democracia, pero que el libro describe como autoritario, casi dictatorial. Esta tensión responde a una experiencia cotidiana: por una parte, se sigue manteniendo esta estructura institucional de la democracia liberal, por otra, vemos cómo se están forzando todas sus estructuras, fundamentalmente en Estados Unidos.

Si estamos en sociedades de control a través de la excepcionalidad, pero al mismo tiempo el mecanismo de la servidumbre voluntaria es la angustia, es decir, un mecanismo subjetivo, ¿deseamos someternos a esas estructuras de control? ¿Puede abrirse paso un dispositivo de sometimiento que, en último extremo, reposa en el deseo de convertirse en una estructura autoritaria? Esta es la clave. Creo que es lo que está sucediendo, pero no sabemos todavía ni el precio ni las consecuencias. El neoliberalismo ha logrado producir orden a través de la experiencia interna de libertad propia del consumidor, que tiene representantes políticos muy característicos en todo el mundo. Pero ¿pueden las formas autoritarias hacia las que puede llevar este dispositivo tiránico, prescindir de nuestro deseo de someternos voluntariamente a la servidumbre? La pregunta es: ¿hasta qué punto pueden dejar de ser liberales los que obedezcan a este nuevo dispositivo? Y la respuesta la estamos viendo. Hemos atacado mucho al neoliberalismo, pero creo que vamos a tener que comenzar una lucha a favor de la libertad profunda.

IGNASI GOZALO SALELLAS

Al apostar por la «excepcionalidad» mi intención fue teorizar acerca de la mutación de la concepción tradicional del estado de excepción, que lo concebía como algo temporalmente limitado. Recordemos que originalmente el estado de excepción se suspendía pasados unos meses; en Roma, por ejemplo, a los seis meses. 
La excepcionalidad radica en la no finalización. Se trata de esa temporalidad en la que la decisión no es posible, como tampoco lo es la insurrección. Por ejemplo, en casos como el procés, los dualismos schimittianos clásicos no son posibles: no lo es el proyecto redentor de la insurrección, tampoco el de la decisión autoritaria, supresora de la legalidad. En el procés, Mariano Rajoy deja la decisión a los jueces, a quienes insta a buscar formas que puedan intensificar el Estado. La figura de los jueces en el contexto contemporáneo fue una de las cuestiones que vi en común entre Estados Unidos y España. Trump le concedió una mayoría absoluta al Tribunal Supremo con la designación a dedo de dos nuevos miembros radicalmente conservadores, Brett Kavanaugh y Amy Coney, tras la muerte de dos jueces tan respetados como el juez Scalia y la jueza Bader.

Respecto a lo que tú planteas, José Luis, no creo que estemos viviendo el final del capitalismo, sino que nos encontramos en una fase que denomino «capitalismo de la razón algorítimica», que vuelve a lógicas sádicas, y por tanto, autoritarias. Se trata de un capitalismo que nos roba la identidad a través de los datos.

JOSÉ LUIS VILLACAÑAS

No creo que el nuevo constitucionalismo que hace de los jueces un soberano subrogado sea compatible con proyectos como el trumpista. El grado de autoritarismo que encierra la posición última de Trump obligará inexorablemente a eliminar la autoridad decisiva de los jueces, como estamos viendo en su propio procesamiento. El nuevo constitucionalismo obedece a un estadio en el que el neoliberalismo logra que el activismo judicial disminuya la innovación legislativa, la capacidad de intervención del Ejecutivo. Es lo que ha sucedido también en España. Y por supuesto, la última cuestión es preguntarnos por la fase del capitalismo. Eso lo determina todo. Ese capitalismo algorítmico no hace sino disputar las herramientas de la competencia. La manera en que el capitalismo va a competir le marcará el rumbo al autoritarismo.

Manifestante en la cuarta edición de la Women’s March Global, 18 de enero de 2020. © Edward Kimmel

Manifestante en la cuarta edición de la Women’s March Global,
18 de enero de 2020. © Edward Kimmel

MARÍA EUGENIA RODRÍGUEZ PALOP

El libro me ha interesado mucho y también me ha generado dudas. Aunque hable de tiempos excepcionales, más que estados de excepción, en mi opinión, describe paradojas que ha habido siempre. No sé si es tan relevante el que ahora estemos ante un poder sin límites y sin rostro, difuso, porque puede que siempre haya sido así. Creo que estamos instalados en una serie de paradojas irresueltas que se agudizan según los momentos y los tiempos.

La paradoja de los jueces es la paradoja democrática. La cuestión sobre la judicatura que plantea Ignasi en el libro no es un ejercicio excepcional de la judicatura, sino que es consustancial a ella. De hecho, la comparativa entre Estados Unidos y Europa está traída por los pelos, porque la labor de los jueces en Estados Unidos es democráticamente distinta a la de Europa, donde su labor consiste básicamente en la aplicación del derecho, supuestamente, bajo criterios predeterminados. Esto ha marcado el modo de selección, de promoción y de control de los jueces. Sin embargo, en Estados Unidos, los jueces siempre han sido creadores del derecho; es para lo que han sido seleccionados. Por tanto, su legitimidad de origen es diferente a la que tienen en Europa. De ahí que la deriva de los jueces y su conversión en nuevos soberanos habría que juzgarla de forma diferente en cada caso. En el europeo, donde puede ser más «patológica», no es necesariamente mala siempre. Porque los jueces son fuerzas contramayoritarias, y el acierto o no de esa deriva depende del modo en que se ejerce el poder mayoritario por parte del Ejecutivo. Yo he agradecido muchas veces el activismo judicial, contar con jueces como Luigi Ferrajoli que se han adherido a teorías críticas del derecho y han revertido la orientación de una norma decidida aparentemente en un espacio soberano como puede ser el Parlamento, porque ese espacio también es profundamente deficiente en cuanto a su legitimidad de origen y de ejercicio. En el libro se juzga la conversión de los jueces en nuevos soberanos en el seno del procés, donde ningún poder ha acertado. Los jueces han actuado de forma contramayoritaria respecto del Parlament, que también surge de la soberanía popular.

Esta paradoja democrática se debe al hecho de que la democracia es un sistema con un balance imperfecto de poderes. Lo vemos ahora con la amnistía, que también podría ser una situación de excepcionalidad. Para muchos es algo profundamente negativo, un ejercicio del «derecho de gracia» por parte del poder legislativo. Gente que no se aspavienta con los indultos practicados por todos los Gobiernos que en el mundo han sido (entre 500 y 600 anuales), sí lo hace con una amnistía, aunque procedimentalmente es mucho más democrática. Entre otras cosas, porque un indulto es un ejercicio del Ejecutivo que no requiere deliberación ni justificación y puede ser aplicado a cualquier tipo penal, mientras que en una amnistía hace falta una deliberación democrática y un procedimiento parlamentario. Sin embargo, se está juzgando como una situación de excepcionalidad. Por eso, me gusta más hablar de paradojas no resueltas, que también pueden ser bienvenidas. No tenemos por qué tenerlo todo claro.

Me interesa mucho una de las cuestiones que trata el libro, la de la inmigración y los refugiados; la vida nuda, la diferencia entre aquellos a los que adjudicamos el bíos y a los que adjudicamos la zoé, como vemos en Gaza. Adorno dice: «Auschwitz comienza donde alguien que mire un matadero piense: “solo son animales”». Y ahora hemos oído decir acerca de las víctimas de Gaza: «Estamos aniquilando a animales humanos». ¿Cuál es la paradoja del estado de excepción que existe en Gaza, o en fronteras como la de Melilla o las de Ucrania, que ejecutan nuestros Gobiernos? La paradoja abre el expediente de la ciudadanía, que no está resuelto. ¿Quiénes son ciudadanos y por qué se niega a alguien el serlo? ¿Es la ciudadanía un derecho o un privilegio? ¿Se construye sobre la exclusión y, por tanto, es en sí mismo un expediente de excepción?

Uno de los problemas de la Unión Europea es que la izquierda no ha sabido dar respuesta a los flujos migratorios, mientras que la derecha sí. Su opción —básicamente, el cierre de fronteras— puede no gustarnos o no ser compatible con el derecho internacional ni con los derechos humanos, pero, a diferencia de la izquierda, logra ofrecer una respuesta a la gente, una respuesta sencilla para un problema complejo. En países como Italia no es que la ciudadanía haya deshumanizado al otro y por eso ha votado a la derecha, sino que existe una situación preocupante, que con toda probabilidad se agravará con el tiempo, a la que la izquierda no ha sabido responder. De hecho, el pacto migratorio de la UE se ha resuelto canjeando la vida de un migrante por 20.000 euros, un dinero que se destina a Frontex, la Agencia Europea de Guardia de Fronteras y Costas. La solución de la Unión es destinar ese dinero al robustecimiento de la Europa fortaleza. Debemos preguntarnos no tanto si estamos ante un estado de excepción como por qué no hemos sabido dar respuestas satisfactorias.

Si la primera paradoja es la de la democracia y la segunda la de la ciudadanía, la tercera, que tú describes como un estado de excepción algorítmico, sería la paradoja de la gestión. El algoritmo es la trampa en la que hemos caído con la autogestión. Lo muestra muy bien el ámbito laboral. En las economías de plataforma, que hoy son la mayoría, los trabajadores no es que luchen por tener derechos laborales, sino por ser considerados trabajadores. Y lo son, en la medida en que son capaces de autogestionarse para obtener determinados resultados, de los que ellos son los únicos responsables. Si fracasan y esto les provoca angustia o problemas de salud mental, sus problemas se privatizan; no se consideran problemas del sistema, sino del trabajador, lo que incrementa aún más la sensación de angustia y ansiedad.

La UE está trabajando en el problema de la privatización del estrés en el ámbito laboral. De hecho, una de las propuestas del Grupo de la Izquierda en el Parlamento Europeo es lanzar una directiva de riesgos psicolaborales. El mundo del trabajo en el capitalismo cognitivo, el de las economías de plataforma, el del feudalismo de los datos, se basa en la flexiseguridad, en la multiactividad nómada, donde ya no existe una continuidad biográfica y el trabajador está completamente despersonalizado, tan vigilado como autogestionado. Sus perspectivas de futuro son, o bien que no hay futuro –porque no hay continuidad biográfica, pero sí flexiseguridad y hoy trabajas aquí y mañana allá– bien es una reiteración del presente, o bien es una amenaza. Esto conduce al cinismo y al nihilismo, que son la base del conservadurismo y donde se encuentra el gran caldo de cultivo de la extrema derecha. En el caso de Europa, las derechas apelan al trabajador sin futuro que se autogestiona, aprovechándose del cinismo, el nihilismo y la desesperación en la que está instalado.

Instalación realizada con maniquíes para denunciar la imposición de cánones en los cuerpos de las mujeres. © Mika Baumesteir

Instalación realizada con maniquíes para denunciar la imposición
de cánones en los cuerpos de las mujeres. © Mika Baumesteir

Me ha gustado mucho la parte del libro en la que Ignasi habla del «apagón por agotamiento». El cansancio es un elemento central de nuestro tiempo, donde impera la velocidad, la notoriedad, el exceso como una forma de sentirse soberano, el ir como pollo sin cabeza para no perderse nada y producirlo todo, y a la vez estar solo, desconectado, al mismo tiempo que conectado, sin identidad, sin acción colectiva, sin encuentros, sin cuerpos, sin humanidad… Todo eso produce un enorme cansancio y te puede matar por agotamiento. La filósofa Rosi Braidotti utiliza el término de «economía maníaco-depresiva» para explicar que el capitalismo cognitivo es bipolar, porque pasa de momentos de euforia a otros de depresión, lo que provoca un estado de desesperación.

La paradoja de la autogestión, la individualidad, la voluntad, el deseo, ese «haz de ti mismo una empresa», la paradoja del autoemprendedor, solo propicia uniones reactivas frente a los demás. Ahí está también el miedo al otro y la fractura con el otro, de la que se alimenta la extrema derecha. Si nos unimos por los bienes en común y lo positivo que compartimos, y no tanto por el miedo y la incertidumbre, obtendremos otros resultados. Es la diferencia entre concebir la Tierra como un bote salvavidas y la nave Tierra.

Por último, el libro habla del apocalipsis ecológico. En mi opinión, la paradoja de ese llamado estado de excepción es la escasez. Esta obliga a controlar los recursos, y ese afán de control puede derivar en una forma de ecofascismo. Ilustra muy bien esta paradoja un ejemplo que he utilizado con mis alumnos para explicar la diferencia entre obligaciones especiales (las que tenemos con las personas con las que compartimos una relación especial) y obligaciones generales (las que se derivan de una ética universalista). Si en una barca a la deriva puedes salvar solo a una de las dos personas que te acompañan –tu hijo con discapacidad y un desconocido que va a salvar a la humanidad del cáncer–, ¿cómo actuamos, si asumimos que tenemos tanto obligaciones especiales como generales? Esta paradoja irresuelta es la que plantea la cuestión ecológica: en un mundo escaso, hay que escoger entre atender a las necesidades de todos, conforme a principios morales universales, o priorizar la satisfacción de las que tienen aquellos con los que compartimos una relación especial que también nos interpela moralmente. No es tanto un estado excepcional cuanto una contradicción difícil de resolver

IGNASI GOZALO SALELLAS

Me gustaría explicar esas lógicas perversas que se hacen en nombre del ecologismo, como el ecofascismo o el ecoelitismo. Este último propone vidas fuera de la Tierra, como un deseo que parece imposible para las capas medias de la sociedad y que personajes como Elon Musk convierten en un modelo aspiracional, y es importante no prestarle tanta atención. Por otro lado, el ecofascismo responde a realidades históricas centradas en la nación y la tierra. Ese dualismo entre la nación imaginaria y la nación territorial ha producido una serie de monstruos discursivos que están lejos de la lucha colectiva, transnacional y humanitaria por la cuestión ecológica, a la que me sumo.

Así pues, lo que define a la excepcionalidad permanente es el hecho de no ser una excepción específica, sino una transmisión angustiante de algo que no acaba de suceder. En ese sentido, hablo de los medios, y de los nuevos medios: la lógica del capitalismo de datos, entendida como un desplazamiento trágico de la idea de esfera pública como espacio de deliberación, puesta en común y diálogo, hacia una nueva lógica comunicativa, que es caótica, cortoplacista y donde el nivel de inputs que recibes por minuto es inasumible. Esto deriva en lo que para mí es la gran mutación: el paso del pánico y el horror de los estados de excepción de hace un siglo a la angustia permanente actual. Ese sentimiento continuado de algo que no acabas de identificar.

JOSÉ LUIS VILLACAÑAS

No creo que se trate de paradojas, sino de problemas. Si el final de esos problemas reside en esa constitución de una subjetividad nihilista, cínica, angustiada, ¿es compatible en el medio plazo con una democracia? ¿Lo es la forma de subjetividad de los que siguen a Trump? ¿Qué reacciones van a tener las subjetividades que pasen por la angustia de la autogestión, de la inmigración, de la contingencia climática? Ayer vi un reportaje sobre los migrantes que llegaban en pateras a la isla de Hierro. Las playas de donde vienen [Senegal] están llenas de cayucos. Esos barcos son el síntoma preciso de que durante mucho tiempo traían pesca y permitían vivir a la gente. Si se arrasa con los caladeros [tras los acuerdos firmados con la UE y China], ¿qué hace la gente?

La lógica vertebradora de estos dispositivos excepcionales 
—la de los datos, la climática, la del covid, la inmigración o el procés— se llama acumulación. Lo que está detrás de los datos, de la inmigración, incluso de la producción de derecho a favor de compañías privadas, es el proceso económico, productor de acumulación. Quien está dentro es amigo, quien lo detiene, lo coarta, lo condiciona o compite con él, ya sea el Estado democrático u otras instancias, se convierte en un enemigo.

MARÍA EUGENIA RODRÍGUEZ PALOP

Sabemos que la relación entre la democracia y el capitalismo es incestuosa y a la vez conceptual, en la medida en la que, como dice Villacañas, está unida al problema de la acumulación. Y podríamos ir más allá incluso, a la propiedad privada, que es el origen de la acumulación. Aunque en la teoría esté sujeta a la función pública y a la utilidad social, la propiedad privada es irrestricta y está inescindiblemente unida al sistema democrático y al capitalismo. Vivimos instalados en esa tensión no resuelta entre los dos elementos.

Yo creo que no se puede avanzar en democracia si no es cuestionando la propiedad privada como institución. La política de los bienes comunes ha intentado revertir los procesos de desposesión y, a raíz de la crisis ecológica, en lugar de derivar en un capitalismo verde o en un simple ambientalismo, ha querido ir hacia una gestión común de aquello que compartimos. Esto supone una revolución antropológica, un cuestionamiento incluso del concepto de racionalidad. Para resolver la tensión democracia-capitalismo a favor de la democracia habría que cuestionarse muy desde el origen, casi volver a repensarnos integralmente. Al repensar toda la concepción de la racionalidad, también habría que plantearse qué tipo de subjetividad es acorde con la democracia. Las políticas de los comunes y el feminismo ya lo han hecho. El feminismo ha repensado el mundo político desde los afectos, los vínculos, la articulación. Como explica Marina Garcés, ha intentado superar el yo y el nosotros para poner en valor lo que hay entre nosotros; es decir, para subrayar políticamente las periferias, el magma relacional, los tejidos que nos vinculan. La pregunta no es quiénes somos, sino qué compartimos.

En mi opinión, el pensamiento político más interesante para dirimir qué subjetividad es compatible con la democracia y resolver la tensión democracia-capitalismo a favor de la primera, es la política de los bienes comunes y lo que llamé en su momento el feminismo relacional, que es el que pone en valor la cuestión de los vínculos y los afectos y después la radicalidad de los cuerpos. En ese sentido, me parece muy fructífero el trabajo de feministas como Rosi Braidotti acerca del poshumanismo, la relación de los cuerpos y las máquinas, la irrupción de la tecnología en la subjetividad, y su conexión con las propuestas feministas.

Manifestación en Londres contra el Proyecto de ley de nacionalidad y fronteras aprobada por el Parlamento británico en abril de 2022. © Alisdare Hickson

Manifestación en Londres contra el Proyecto de ley de nacionalidad y fronteras aprobada por el Parlamento británico en abril de 2022. © Alisdare Hickson

IGNASI GOZALO SALELLAS

La cuestión del cuerpo me resulta fundamental. En un momento de virtualidad extrema, los cuerpos son los más afectados, como lo fueron los cuerpos maltratados punitivamente por las formas de poder de hace uno o diez siglos. Yo lo denomino «lo somático», aquello que empieza en las emociones, pasa por el cerebro y acaba en cuerpos castigados. Pero bueno, el libro no es tan trágico como parece (risas).

MARÍA EUGENIA RODRÍGUEZ PALOP

Al final, en el postcriptum, apelas a la esperanza (risas).

JOSÉ LUIS VILLACAÑAS

Es verdad que la descripción de las excepcionalidades ocupa el 99% del libro y el postcriptum una sola página, pero creo que es realista que así sea. Nos fijamos en las formas de autoritarismo del pasado como formas criminales, violentas, pero lo que caracteriza realmente al autoritarismo y al totalitarismo, como bien describen los teóricos inmediatos del nazismo, es la eliminación de todas las estructuras vinculantes, de todas las formas de asociación, dejar a los individuos como individuos. En El estado dual, Ernst Fraenkel explica que las SS tenían como finalidad impedir que la gente se asociara a lo que fuera, desde parroquias a clubes juveniles. Todo era sospechoso. Y eso mismo está pasando ahora, y las redes lo fomentan. Este individualismo es una vía muerta de la evolución humana. El individuo aparece como portador de la dignidad, de la libertad, pero al reducirlo a individuo se está negando todo lo que se afirma de él.

Ignasi, al principio del libro escribes: «El libro busca ser una provocación que nos haga tomar conciencia […] vamos hacia un momento posmilitar, pero no posautoritario. Hablaremos del estado de emergencia o catástrofe que nos anuncia el inminente colapso del planeta, de los recursos energéticos o del acceso a la vivienda, que junto a la crisis de los desplazados nos presenta el gran dilema moral de nuestro tiempo, que es determinar quién merece una vida digna y quién no». Es fuerte y, en cierto modo, la decisión está tomada. Merece vivir quien alimenta la máquina de acumulación.

IGNASI GOZALO SALELLAS

Con la última frase animo a luchar contra ese determinismo tecno-político que determina quién es digno de vivir y quién no. Este es un proyecto humanístico. La provocación era una invitación a volver a pensar no tanto como ese sujeto cartesiano, individual, sino de manera antropocéntrica. Para desplazar esa idea cartesiana de un humanismo muy individualista, mi camino es el del humanismo relacional. El libro apela a una toma de conciencia que nos lleve a una soberanía relacional que desplace a la soberanía nacional o a la dictatorial, que yo he experimentado en Cataluña y en Estados Unidos. Es una invitación a reflexionar sobre nosotros mismos como conjunto para explicarnos, desde nuestra experiencia individual, qué nos está pasando colectivamente.

PRESENTACIÓN DEL LIBRO LA EXCEPCIONALIDAD PERMANENTE
09.10.23
PARTICIPAN IGNASI GOZALO SALELLAS • MARÍA EUGENIA RODRíGUEZ PALOP • JOSÉ LUIS VILLACAÑAS
ORGANIZA EDITORIAL ANAGRAMA • CÍRCULO DE BELLAS ARTES

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