Jorge Herralde: el subastador ideal de los fragmentos del alma
Vicente Molina Foix
Vicente Molina Foix, autor ilicitano, Premio Herralde 1988 con La quincena soviética, conoce bien a Jorge Herralde, con el que ha publicado en Anagrama media docena de títulos. Vicente Molina Foix nos cuenta su relación con el alma de Anagrama.
Edición Minerva. Texto extraído del diálogo posterior a la entrega de la Medalla de Oro del CBA
Cuando era lector, no pensaba en subastar mi alma porque lo que escribía lo dejaba en la intimidad. Era muy lector porque no me gustaba el fútbol y gané mucho tiempo en la vida. Recuerdo los primeros libros que leí de editoriales en las que luego publiqué, que es una cosa muy emocionante. Jorge al principio no publicaba narrativa y yo no hacía ensayo, así que no llegué a Anagrama como un joven casadero, llegué talludito. Fui bien recibido, y Jorge se convirtió en el subastador ideal de esos fragmentos de mi alma, incluidos los ilegibles naturalmente, que uno va produciendo y que llegan a los demás a través de esa subasta pública del editor que con más o menos arte, generosidad, inteligencia o rutina, se dedica a hacer.
Jorge tiene la virtud de ser un editor que está al frente, es decir, no es un empleado de una gran firma, es el director, el fundador y el alma de la editorial, aunque Lali Gubern y otros colaboradores estén detrás. Una leyenda urbana dice que ha habido colaboradores que han desaparecido porque se decía que Herralde no podía tener sucesores, que era insustituible, porque si había algún delfín in spectrum era expulsado.
Cuando se publica en Anagrama, que es una editorial en la que todos quieren publicar, significa que hay una elección y eso te agrada porque Anagrama no está hecha solamente por la personalidad de Herralde sino por el grueso de los escritores que la forman. Luis Goytisolo, el primer escritor que conocí en mi vida, no pudo empezar su carrera en Anagrama porque no existía, y ahora está en la editorial con nosotros, que ya somos maduros, y con jóvenes como Marta Sanz, Luis G. Martín, Javier Montes y otros que han ido llegando. Hay un arco enorme, y eso es lo bueno.
Lo malo es que Herralde tiene que delegar. Creo que la mayoría de los libros, él los lee. Y a veces uno piensa que su lectura, su aceptación ya es una especie de juicio estético. Pero a mí no me importaría nada que el editor me sugiriera cosas porque con los años me he vuelto más modesto. Jorge lo ha hecho. A medida que el escritor avanza en su carrera gana en otras virtudes, se vuelve menos orgulloso, pero más inseguro. En el intermedio entre los editores a la americana, que hacen ellos el libro o te obligan a hacerlo, y un editor a ciegas, está Jorge Herralde, a quien sus autores, basándonos en el respeto ganado por él a lo largo de los años, no nos importa leer algunas directrices con esa letra manuscrita pequeña y picuda que tiene.

