Como crece una pluma. Una exposición epistolar
R. M.
Marisa Camino existe. Conviene aclararlo porque John Berger es una auténtica trituradora de géneros artísticos capaz de reducir a su mínima expresión la distancia entre realidad, ficción, pintura, ensayo, memoria o poesía. Y Marisa Camino no sólo es la coautora de Como crece una pluma sino también un guadianesco personaje literario que reaparece en varios textos de John Berger. «Estudié Bellas Artes, como mucha gente, y he trabajado como restauradora de obras de arte», explica la Marisa Camino de carne y hueso. «Paralelamente he ido pintando y dibujando, pero he hecho muy pocas muestras. Como crece una pluma es la segunda que presento en España, antes sólo había expuesto en la galería Vacío 9. En realidad empecé a exponer en Alemania, en Hamburgo y Kassel. Pero todo ello a lo largo de bastantes años. No me muevo en el mundo de las galerías ni mantengo relación con ningún grupo de artistas».

A John Berger y Marisa Camino les une su amor por el campo –Camino vive en una pequeña aldea del norte de Burgos– y una concepción de la obra plástica sutil, paciente y ajena a cualquier exhibicionismo. La gestación de Como crece una pluma fue tan lenta como, paradójicamente, espontánea. En palabras de John Berger: «Yo conocía su trabajo, que me resultaba muy interesante; incluso escribí algo sobre su obra, y eso que ahora ya no escribo sobre arte. Admiraba y respetaba su visión, y esa manera tan especial que tiene de expresarla, no sólo en su pintura, sino también en sus instalaciones. No nos sentamos y dijimos “venga, vamos a pintar juntos…” No fue así. Uno de nosotros, no recuerdo quién, hizo un dibujo, o parte de un dibujo, y se lo mandó al otro, que añadió algo. Llegamos a la conclusión de que debíamos seguir haciéndolo y muy pronto cogimos confianza. Podíamos hacer lo que quisiéramos con el dibujo recibido antes de enviarlo de nuevo: romperlo en dos, arrojar tinta o ignorarlo. Y después, poco a poco, se convirtió en una manera de comunicarnos, de escribirnos cartas. Nunca pensamos en una exposición, en un libro o en un catálogo, aunque luego todo eso acabara por llegar. Juntos descubrimos esa práctica que se convirtió en un lenguaje propio». «La colaboración surgió por una necesidad de comunicarnos», recuerda Marisa Camino. «Yo hablo muy poco inglés y John habla muy poco español, así que empezamos a comunicarnos a través del dibujo. Eran nuestras cartas. Y tenemos muchísimas». «Es un lenguaje que tiene mucho que ver con la caligrafía china antigua», añade Berger. «No pretendo hacer comparaciones, pero la idea es en cierto modo similar… Dibujar y escribir son como dos piernas, que permiten caminar».