Internet sí es el mundo real
Pepe Tesoro
La filósofa Margot Rot, especializada en teoría y crítica cultural y autora del ensayo Infoxicación. Identidad, afectos y memoria; o sobre la mutación tecnocultural (Paidós, 2023), participó en el festival, en una mesa redonda acerca del uso del móvil entre los más jóvenes. En esta entrevista con el también filósofo Pepe Tesoro, autor de Los mismos malvados de siempre: Una teoría de las teorías de la conspiración (Círculo de Bellas Artes, 2024), defiende el impacto positivo de internet y su potencialidad como plataforma desde la que construir la identidad que queremos.
Entrevista con Margot Rot
Tu libro Infoxicación, un ensayo particularmente filosófico, abre con citas de Bifo Berardi, Michel Foucault y Martin Heidegger sobre la tarea de la filosofía. ¿Cómo concibes tú esta tarea? ¿En qué sentido esa concepción te ha ayudado a tratar los temas sobre los que te interesa pensar y escribir?
La cuestión de las citas es simbólica: consiste en poner sobre la mesa cuál es tu intención. Esas tres citas resumen muy bien cómo me tomo la filosofía, que no es necesariamente con conciencia. Hace poco, Eudald Espluga dijo en una entrevista que la filosofía es una manera de estar en el mundo que viene de forma orgánica, sin querer. Por ello, me resulta difícil responder a cuál es la tarea de la filosofía. Para mí consiste en estar viva y pendiente de lo que pasa en el mundo para entenderlo, para no abandonarlo. Cuando me haga vieja, lo que menos me gustaría sería dejar de entenderlo, odiarlo. La filosofía, si tiene alguna obligación, es la de amar el mundo.
El debate en torno a las redes y las nuevas tecnologías en muchas ocasiones desemboca en conclusiones moralizantes. Sin embargo, tú evitas caer en el pánico moral y asumes que las tecnologías han tenido un impacto positivo en tu vida. Parece que los así llamados «nativos digitales» partimos de una experiencia y de una construcción de la identidad y de los vínculos sociales que supone una brecha importante frente a quienes se formaron en un contexto diferente. ¿Compartes esta visión? ¿Crees que esa perspectiva te permite sobreponerte a la moralización que permea el debate?
Me gusta la pregunta, porque lo habitual es que me cuestionen que defienda la tecnología enunciando una lista de todas las cosas malas que contiene. En Infoxicación insisto en que sin internet no hubiese sido la que soy. Vengo de un contexto ideológico y económico complicado y, sin internet, no hubiese tenido la posibilidad de que muchas personas, de las cuales puede que nunca conozca el nombre o el rostro, me ayudasen a sobrevivir. En el fondo, lo fundamental de mi planteamiento es que internet modifica la subjetividad. Parto del presupuesto de que uso el móvil desde los nueve años y tengo acceso a internet desde sexto de primaria, que en aquella época ya era tarde. Estudié en la Universidad de Oviedo, en un contexto académico difícil, y siento que mi manera de pensar y de estar en el mundo ha sido ir a la contra. Cuando me decían que no podía escribir o pensar sobre algo, yo respondía de forma apasionada. Cuando me decían que la filosofía del arte era una estupidez, yo me preguntaba: «¿Cómo no va a ser importante? ¿Cómo no va a ser fundamental?». Con internet me pasó lo mismo.
El primer libro que leí en la universidad, Dialéctica de la Ilustración [Max Horkheimer y Theodor Adorno, 1944], podría haber condicionado mi pensamiento de una manera muy concreta, en una dirección muy crítica contra la globalización. Sin embargo, me alentó a ver apasionadamente el mundo en el que vivía y a preguntarme cómo todas aquellas críticas podían aplicarse al contexto de internet, que había sido fundamental en mi socialización. Debido a las complicaciones de mi vida offline, he llegado a ser yo misma a través de la red. Internet me ha permitido definir, proyectar e imaginar quién me gustaría ser. Pienso que moralizar este debate es bastante falaz y ambiguo. Obviamente, hay elementos de internet que son terribles. Todavía no sabemos cuáles serán las consecuencias del uso de las pantallas por niños muy pequeños o de otras cuestiones que son más cognitivas, más físicas, cuyo impacto real posiblemente no conozcamos hasta pasado bastante tiempo. Pero renunciar a internet, así de repente, sería como renunciar a la democracia porque no funciona o a la política partidista porque es insuficiente. ¿Por qué iba a renunciar a la esfera pública? ¿Por qué iba a renunciar a una parte del mundo en donde vivo?
En tu libro haces uso de la figura del cíborg, en el sentido en que la plantea Donna Haraway, para hablar de la tecnología digital como algo indisociable de nuestra identidad personal. La cuestión de la identidad es, en realidad, un problema filosófico clásico. Hay momentos en los que hablas de la posibilidad que nos otorga internet para experimentar con nuestra propia identidad, incluso para negarla y desprendernos de ella, para desligarnos de cuestiones que creíamos naturales o específicas de nuestro ser. Pero creo que también es apropiado señalar que muchas redes sociales plantean incentivos un tanto perversos con respecto a cómo nos mostramos, a cómo construimos esa identidad. ¿Cómo crees que debemos movernos adecuadamente entre ambos polos? ¿Cuál de los dos expresa mejor el potencial de internet hoy en día?
Justo ahora estoy investigando sobre cómo opera el capitalismo virtual en los espacios que habitamos, qué tipo de objetos deseamos y por qué. Para mí, lo más problemático de internet es que las cosas que consumimos en la red nos lleven a comprar una idea de ser. Es algo profundamente metafísico, pero el neoliberalismo es ante todo metafísico. Para explicar esto utilizo un ejemplo muy sencillo: el de la pinza para el pelo con forma de flor que vende Shein, que ahora se ve por todas partes. Ese objeto, de repente, contiene una diversidad muy plural de significados, en los que muchas personas encuentran una imagen que adquieren y que les significa en el mundo. Sin embargo, esta imagen puede venir acompañada, sin saberlo, de mucha ideología. Se trata de la estrategia clásica del marketing, de la publicidad o de la televisión, pero llevada a tu cotidianidad virtual. Hoy en día todo es un anuncio, y esto es un gran problema, porque lleva hasta el extremo la idea de que nuestras identidades están completamente capitalizadas, lo que nos conduce a la conclusión absolutamente pesimista de que no existe un «afuera».
Dentro de todo esto hay dos cuestiones: la primera tiene que ver con la cotidianidad. Suelo centrarme en ella porque soy una mujer muy conservadora, en el sentido de que, en mi hacer, en mi praxis cotidiana, no soy excesivamente disruptiva ni imaginativa. Creo que esa es la razón de mi fascinación absoluta por las cuestiones cotidianas. Muchas personas señalan que hay un gran peligro en la flexibilidad ficcional de la que internet te provee y que te permite hacer cosas realmente perversas. Sin embargo, también te permite fomentar un espacio estético que se adhiera más a una sensibilidad concreta. Parece que solo puedes tener sensibilidad estética si te dedicas explícitamente al arte, pero no es cierto. A la vista está en la construcción de nuestros perfiles para todos aquellos que no somos personas disruptivas artísticamente, sino conservadoras, en el sentido de que tenemos un habitus virtual normal, pero que en nuestras redes también estamos construyendo una estética. Me centro en esto porque pienso que la normalidad de las personas, en general, está aquí. Si nos tomásemos en serio internet como una realidad, quizá no mentiríamos tanto, quizá no seríamos tan perversos. Esto conecta con otro punto, que es la negación que escuchamos habitualmente de que internet forme parte del «mundo real». Con mi ensayo, pretendía hablar de cómo internet ha transformado el tiempo y el espacio, que es una cuestión filosófica fundamental. Sin embargo, me encuentro siempre intentando defender la praxis cotidiana de las personas. Cuando decimos que una persona no es igual que como se presenta en redes, podríamos ser más benevolentes, más generosos y entender que, a lo mejor, es insegura o tiene un problema que desconocemos. Parece que estas cuestiones no atañen a la filosofía, pero son de las que, como filósofa, hablo constantemente.
Y hay una segunda cuestión, que quizás es más filosófica, y es la de una niña de trece años que, en un momento de absoluta desesperación, decidió que si no se ponía otro nombre no podía ser ella misma. Eso sí fue disruptivo. Es decir, en aquellos años, de una necesidad imperiosa nació la decisión de que yo, si quería escribir algo en mi vida, necesitaba ser otra persona. De repente, a través de internet me podía cambiar el nombre. En aquel momento descubrí que podía ficcionalizar mi identidad, estetizarla y acercarla a un ámbito que me hacía sentir más cómoda. Así fue como internet se convirtió para mí en algo orgánico, conseguí socializar con el nombre de Margot, y mi otro nombre se quedó para mi intimidad. Habrá personas que el día de mañana se quieran cambiar el nombre institucionalmente, y no podemos ni debemos olvidar que internet es un primer ámbito donde conectar con ese espacio que te hace sentir cómoda y ser quién eres. No debemos dejar de batallar por ese espacio.
Has mencionado Dialéctica de la Ilustración, y en Infoxicación citas la conocida sentencia de Adorno de que no es posible hacer poesía después de Auschwitz. En ocasiones, críticas sobre la inmoralidad total de las imágenes y la mediatización de la violencia desembocan en un punto muerto en el que el metabolismo digital es cómplice. Parece una cuestión especialmente importante en un contexto tan particular como el actual, con conflictos como el genocidio en Gaza, una de las guerras que más se ha mediatizado a través de internet. Al final, sean cuales sean nuestras condiciones, queda la pregunta de cómo nos hacemos responsables. Podemos caer en el pesimismo de que las redes son cómplices, y de que no hay forma adecuada de relacionarnos con la violencia y la desgracia dentro de ellas, pero, de una u otra forma, ese es nuestro punto de partida. Me gustaría que nos hablaras de esa relación entre redes, imágenes y violencia. ¿Cómo condiciona nuestra responsabilidad frente al horror?
Esta pregunta es posiblemente la preocupación central del ensayo: si acaso el estar en permanente relación con imágenes del horror nos desvincula afectivamente de ese horror. Se trata de una preocupación filosófica de primer orden para la que no tengo una respuesta, pero creo que la pregunta se puede plantear de forma estructural. Aunque la virtualidad sea el espacio en el que se pone de manifiesto, esta problemática no surge en internet, sino que tiene relación con la mediaticidad, es decir, con los medios de comunicación. Esto tiene varias fases: desde el tratamiento público de la información hasta cuál es nuestra comprensión de la privacidad. No hace falta plantear extremos, con estas dos claves se puede perfilar el problema.
Para mí tiene mucho impacto, por ejemplo, aquella imagen de Lady Di llorando, rodeada de cientos de personas. O que Interviú, hasta hace relativamente poco, pudiese sacar portadas de desnudos sin ningún tipo de consentimiento. El tratamiento de la información es una cuestión muy amplia que, sobre todo, tiene que ver con nuestra relación con la publicidad, la cual, a su vez, es nuestra relación con el sistema. La publicidad es una inventiva artística tremendamente interesante, cuya pretensión es que compremos cosas, las necesitemos o no. Hay un punto en el que, con la digitalización de los medios y la prensa, se pierde completamente la noción de cualquier tipo de ética, todo se subsume en unos paradigmas de mercado en los que da igual el titular y la imagen que se muestra y, a la vez, no hay ningún tipo de reflexión colectiva sobre ello. Todo ha sido rapidísimo, tanto el desarrollo de estas tecnologías como el del paradigma económico que las acompaña.
En Infoxicación he ido de la particularidad a la generalidad. Sin embargo, para abordar esta cuestión, creo que debería hacerse el planteamiento inverso. Eso significa pensar en el capitalismo y en el sistema, y qué es lo que deben al neoliberalismo como sistema de valores que todos tenemos integrado, incluso quienes nos consideramos de izquierda, sin que seamos del todo conscientes. Un dato que considero maravilloso es que el Anti Edipo de Deleuze y Guattari se publica en 1972 y la marca Nenuco se funda en 1977. Nenuco me ha acompañado durante toda mi infancia y adolescencia y, sin lugar a dudas, ha dirigido mi subjetividad, mis deseos y mis proyecciones de género. En 1972 se había escrito el ensayo de filosofía más absolutamente magnífico, incomprensible a día de hoy, sobre la cuestión del capitalismo, la publicidad, el deseo, pero daba igual: Nenuco se funda unos años después y todo continúa. A veces decimos que necesitamos pensar e imaginar el futuro. Pero creo que aún tenemos mucho en nuestra historia y en el presente en lo que pensar para poder imaginarlo.
En el libro dices que la tecnología es social y la sociedad es tecnológica y que eso significa que tenemos la responsabilidad de intervenir en ella políticamente. Parecería que en ocasiones se carga excesivamente esa responsabilidad sobre el individuo para que sea él mismo quien se desintoxique, que sea más consciente o que se relacione con las tecnologías de otras formas. Y aunque es cierto que no ha pasado mucho tiempo, ya ha pasado el suficiente para activar la capacidad de las instituciones políticas tradicionales para intervenir. Pero me da la sensación de que existe esa ausencia en la política, una falta de ideas de cómo intervenir colectivamente. ¿Piensas que otro internet es posible? Y ¿hoy en día existe la posibilidad articular esa alternativa políticamente?
Es una pregunta complicada. Yo aquí tiendo a ser ingenua y a pensar que gran parte del problema es que no entendemos del todo cómo funciona la parte más empresarial de la arquitectura de los datos. No sé cuáles son las políticas privadas de las redes en las que he crecido, y eso es un gran problema. Te podría decir que nos tenemos que organizar y entender cómo funciona la economía de nuestros datos. Quizá sea cierto que nuestros líderes políticos necesitan responsabilizarse de ello, pero tengo la sensación de que tampoco saben cómo funciona y que personajes como Elon Musk se aprovechan de esa gran brecha epistémica.
Puede que sea posible separar la idea de la arquitectura de datos de internet de la de la arquitectura empresarial de internet. El ejemplo de Musk es bueno, porque es capaz de comprar Twitter y cambiar muchas cosas que transforman radicalmente la experiencia del usuario, lo que desnaturaliza esa red social y te demuestra que, en definitiva, es el producto de una empresa que opera mediante una serie de incentivos muy concretos. No sé si crees que señalar estas cuestiones es una estrategia adecuada para, por lo menos, aportar algo de luz sobre la naturaleza social del fenómeno.
No me considero pesimista con respecto a esta cuestión. Me fascina el hecho de que lleguemos a nuestras casas y pasemos tres o cuatro horas en Twitter o en TikTok. También el que dirigentes políticos que podrían legislar sobre este asunto tengan un total desconocimiento de cómo funcionan las redes, pero me fascina aún más ver a alguien con un proyecto político, con unas ideas políticas medianamente optimistas, que lo único que sabe hacer en internet es destilar odio. En mi opinión, falta una estrategia política para quienes somos de izquierda. Pero también, y no es muy radical lo que voy a decir, en las formas estratégicas de comunicación. Yo ya casi no tuiteo nada, porque no me siento segura, ya que hay mucha gente que se puede reír de ti por escribir algo totalmente anodino. Pero también pasa que se anuncia una medida política que, en principio, es positiva y de repente nos ponemos a tirar piedras contra nuestro propio tejado. Es necesario reflexionar acerca de cómo habitamos colectivamente las redes.
Hablando del cambio que se ha producido en Twitter, hemos visto que mucha gente ha decidido dejar la red porque lo único que le sale son salvajadas y propaganda fascista de cuentas con el tick azul. Pero eso es renunciar a luchar en ese espacio. Quizá sea un poco ridículo, pero, cuando detecto que hay una polémica en Twitter, en lugar de pronunciarme con mi opinión personal, intento expresar algún pensamiento poético o iluminador sobre cosas como la bondad, la inteligencia o la generosidad, porque creo que, ante las críticas horribles y categóricas, tiene más sentido escribir algo poético. Me parece más interesante leernos y hablar de ello de una manera un poco más fructífera. Para mí esa es una manera cotidiana de estar en internet.