¿Por qué causa malestar el arte contemporáneo?

Nuria M. Deaño

La artista multidisciplinar Marina Núñez, que ha formado parte este año de dos exposiciones colectivas en el Círculo –Perpetuum mobile e Hiperobjetos– guio un «paseo filosófico» por una de las secciones de la colección permanente del MNCARS conformada por obras de los ochenta, un tiempo vital para entender la contemporaneidad artística. A través de una selección de piezas, le explicó al público que la acompañaba las razones de la incomprensión y el rechazo que causa el arte contemporáneo. En esta entrevista con Nuria M. Deaño, coordinadora de Minerva, desarrolla estos argumentos.

Entrevista con Marina Núñez

Tu participación en la primera edición del Festival de las Ideas consistió en invitar al público a dar un «paseo filosófico» en el que se hablara del malestar que provoca el arte contemporáneo. ¿Cuáles son, en tu opinión, las razones de este malestar?

En el paseo planteé que el arte contemporáneo tiene una fuerte herencia del arte conceptual, en el que la ideas se valoran más que la formalización, lo mental más que lo material. Acostumbrados a valorar y admirar la pericia técnica, esto puede provocar incomprensión y rechazo.

El arte contemporáneo también crea cierto rechazo porque se suele asociar con las élites. Para muchos es cosa de ricos y de coleccionistas. ¿A qué crees que se debe esa visión? ¿Responde a la realidad?

Yo creo que el arte contemporáneo es ahora accesible como nunca antes, tanto de manera presencial como virtual. Pero requiere un esfuerzo, de tiempo y de conocimiento. Y, efectivamente, no todo el mundo tiene ese tiempo o ese acceso al conocimiento. Ahora bien, hay quienes si lo tienen –muchísimas personas de clase media– y, sin embargo, sienten también ese malestar y rechazo; en ese caso, no creo que podamos suponer discriminaciones por parte de los artistas o en general del sistema del arte. Si no disfrutan del arte contemporáneo, y les parece que todo es absurdo y críptico, es por simple desinterés. Lo que está bien, aunque siempre me cuesta entender cuando aparece esa especie de desprecio, de rencor… Con ninguna otra disciplina de conocimiento se da por supuesto que se accede al saber inmediata y espontáneamente, sin haberla estudiado en absoluto.

El «paseo» consistió en comentar ciertas obras de la colección permanente del MNCARS, agrupadas en la sección, de título rimbaudiano, «Un barco ebrio: eclecticismo y desobediencia en los ochenta». ¿Por qué esa elección?

Rimbaud dijo una frase célebre y muy evocadora, «yo es otro», aludiendo a que un poeta tiene que salirse de su lugar preestablecido, intentar buscar visiones ajenas a la ortodoxia social. Las obras que escogí no son muy homogéneas, y hablan de muchos temas, pero sí que comparten ese hilo conductor de reflexión sobre la otredad, sobre una identidad que desafía la propuesta por los estereotipos dominantes.

Allí dijiste que «cuando lo que pesa son las ideas, el hecho de hacer “arte” importa menos que la materialización de la idea». En ese sentido, ¿la experiencia artística es hoy más filosófica que estética?

Sí, hay algo de eso. Hoy los medios artísticos están al alcance de cualquiera, no es complicado hacer una buena foto o un buen vídeo en un sentido técnico, y ahora, con las IA, no digamos… Generar imágenes propias bien construidas está al alcance de cualquier persona sin una formación en bellas artes. De modo que, aunque sigue habiendo, por supuesto, artistas que son magníficos formalizando, ya no es eso, o no es eso solo, lo que distingue al artista, que se va convirtiendo en un pensador, en alguien que reflexiona sobre su sociedad, y que lo plasma, eso sí, con un lenguaje visual, no textual, o no solo textual. No quiero decir que en el arte anterior no hubiera esa reflexión, por supuesto la había, pero es una cuestión de equilibrios. Para el espectador, en un museo cada vez hay menos experiencias «retinianas» y más experiencias «intelectuales». A mí, personalmente, esa pérdida de placer visual, de emoción corporal, me pesa.

Al perder importancia la cuestión técnica, la pericia artesanal, ¿a qué exigencias se enfrenta el artista? ¿Y el público?

El artista tiene que encontrar una forma de contar las cosas que le distinga de otros pensadores (antropólogos, sociólogos, filósofos, historiadores, documentalistas, etc.). Ese territorio de lo visual, esa experiencia estética tiene que seguir seduciendo de nuevos modos para atraer al espectador a su órbita. Y el público probablemente tenga que investigar cada obra, detenerse en ellas con la mente abierta. Naturalmente, la inmensa mayoría de obras que circulan no son tan complicadas y pueden «consumirse» de un vistazo. Estoy hablando de cierta tendencia posconceptual del arte contemporáneo.

Fuera de sí (Supernova, Silvia), 2018, se expuso en Perpetuum mobile, dentro de PHotoESPAÑA 2024

Fuera de sí (Supernova, Silvia), 2018, se expuso en Perpetuum mobile, dentro de PHotoESPAÑA 2024

Durante el paseo hablaste también de la capacidad emancipadora del arte. ¿Qué le pides a una obra para que llegue a ser emancipadora, transformadora?

Para cada persona eso es diferente. A mí me atraen las obras que abren grietas, e incluso abismos, en la percepción cotidiana del mundo; las de belleza convulsa, las que te seducen y a la vez te descolocan, las que te atrapan intelectual pero también emocionalmente.

También nombraste El género en disputa de Judit Butler. ¿Cómo te han influido la teoría performativa de Butler y las teorías queer?

Mi tesis doctoral se llamaba Feminidad y mascarada, hablaba de artistas performers que se disfrazaban, que adoptaban diferentes roles. ¡De eso hace más de veinticinco años! Partía de un artículo de la psicoanalista Joan Rivière, «La feminidad como máscara», de 1927, donde afirmaba que las mujeres adoptaban máscaras de feminidad por diferentes motivos sociales, para concluir que no había una feminidad esencial tras esas máscaras. Eso era la feminidad, una actuación de género.

Cuando estaba acabando la tesis, encontré el libro de Butler, que plantea con gran brillantez esa misma idea de que la identidad no es ontológica, sino performativa. Al tratar con mis imágenes de proponer estereotipos de identidad no normativos, y de «desnaturalizar» los habituales, hay efectivamente una corriente de fondo que tiene que ver con esa intuición de que es la repetición de comportamientos la que forja una ilusión de identidad sustancial y previa a esos comportamientos.

En tu obra tiene una gran presencia la reflexión sobre el cuerpo, sobre todo, el de la mujer. ¿Cómo definirías a las mujeres de tus obras?

Son, en general, metamórficas, mutantes, deslimitadas, híbridas. Sus cuerpos no son estables, están inmersos en procesos que lo cambiarán todo. Su identidad, sin duda.

Still Life Swell, 2021, una de las naturalezas muertas de Núñezexpuestas en Hiperobjetos

Still Life Swell, 2021, una de las naturalezas muertas de Núñez
expuestas en Hiperobjetos

En el paseo hablabas de la belleza como algo excluyente, y en tu arte reivindicas lo monstruoso, lo mascarado, que, decías, es a la vez lo realmente inclusivo. ¿Podrías desarrollar esta idea?

En la triada clásica desde Grecia –lo bueno, lo bello, lo verdadero–, la belleza ocupa un lugar de privilegio junto al bien y la verdad. Pero la belleza también puede entenderse como un falso maquillaje, un placebo, un sedante que adormece y oculta una realidad turbia. Luego, no tiene nada de verdadera. Más aún, como un concepto violento por excluyente, pues bajo su apariencia inocua se oculta la persecución implacable a lo no canónico, lo diferente. Luego, no tiene nada de bondadosa. Creo que muchos artistas que trabajan con imágenes de lo monstruoso (en el sentido de lo no canónico, lo cual es muy amplio) lo hacen desde ese punto de vista, para expresar que lo verdaderamente monstruoso es el sistema que genera «monstruos» a los que culpar y odiar y reivindicar el retorno de lo reprimido.

Otros temas que investigas son la identidad y la hibridación. Lo vimos en las tres piezas que formaron parte de la exposición de PhotoEspaña Perpetuum mobile, aquí en el Círculo: el vídeo Grieta (2013), las imágenes de Fuera de sí (Supernovas) (2008) y la instalación Especie (2019), donde muestras identidades fluidas, en permanente evolución, siempre cambiantes…

Sí, y esas son cualidades que forman parte de lo monstruoso: la heterogeneidad de los cuerpos híbridos, de lo mezclado, de las combinaciones insospechadas e ilegítimas frente a una pureza ideal (y por completo ilusoria); la informidad de los cuerpos metamórficos, en proceso, los cuerpos blandos, fluidos, inestructurados, frente a la identidad estable e invariable (inmovilidad también ilusoria). Ambas cualidades son desafíos al orden: lo inasible, lo inclasificable, lo mixto… son desestabilizadores.

También este año has expuesto en el Círculo, dentro de la colectiva Hiperobjetos, dos de tus bodegones, género del que has dicho que «es el menor que le esperaba a las mujeres artistas, que por diferentes prohibiciones académicas y sociales no podían hacer los cuadros geniales de mitología e historia», y que tú reinterpretas desde una perspectiva digital. ¿Qué aporta la tecnología digital a la creación contemporánea?

Los diferentes programas digitales que manejo los he visto siempre como un medio más; uno fantástico, maravilloso, que me permite, por ejemplo, hacer tornados realistas, algo que hace poco solo estaba al alcance de estudios poderosos que trabajan para industrias como Hollywood. Mi paso de la pintura a estas imágenes no fue abrupto, no cambió mi modo de pensar ni, en muchos sentidos, de hacer. Lo que me parece por completo diferente es la aparición de las inteligencias artificiales que producen imágenes (y que también he incorporado a mi proceso de trabajo). Pienso que suponen un seísmo brutal, una revolución mucho mayor que la aparición de la fotografía. Afectarán conceptualmente al mundo del arte, ya desde la educación artística, pero lo más inmediato es que cambian inevitablemente el panorama laboral de las profesiones asociadas a la cultura visual, que tendrá que reconfigurarse.

Como artista multimedia, ¿cuáles son, en tu opinión, las capacidades expresivas de la IA? Y ¿cómo intuyes que será el arte poshumanista?

Bueno, las que tenga el artista que la maneja… Que estos modelos de lenguaje hagan imágenes alucinantes con una rapidez impresionante no cambia el hecho de que el artista tenga que tener un universo conceptual y formal que transmitir. Si no, las imágenes o vídeos serán cáscaras vacías, como cuando una persona pinta fenomenal pero no tiene nada interesante que contar más allá de esa habilidad.

Yo creo que ya somos poshumanos, tanto en sentido filosófico –tras todas la revisiones del humanismo clásico, también desde el mundo del arte– como en sentido técnico –todos somos ya un poco cíborgs y lo seremos más cuando avance la ingeniería genética–, así que ya estamos en ese arte. Se reconfigura el concepto de lo que es un ser humano y su relación con otros seres y con su entorno, y el arte ahonda en esas cuestiones.

Para terminar, no sé si puedes hablarnos de lo que tienes ahora entre manos.

Un proyecto para el Museo de Antropología de Madrid y un vídeo para el pabellón español de la Expo Universal de Osaka.

Enhorabuena y gracias.

Gracias a ti.

Marina Núñez durante el paseo filosófico por el MNCARS. © Carlos ManzanaroOrganiza:

Marina Núñez durante el paseo filosófico por el MNCARS. © Carlos ManzanaroOrganiza:

Marina Núñez delante de la obra de Victoria Gil Sonido, 1989-1990, una de las «paradas» del paseo filosófico por la colección del MNCARS

Publicado en