FESTIVAL DE LAS IDEAS

Por una izquierda más crítica y emancipadora

Antonio Sánchez Domínguez

La activista, filósofa política y profesora emérita de la Universidad de Berkeley Wendy Brown participó en el Festival de las Ideas con una conversación con el periodista Jesús García Calero sobre la pérdida de valores. En esta entrevista del profesor de la UCM Antonio Sánchez Domínguez repasó las ideas que recoge en su extensa obra ensayística, cuyo último título es Tiempos nihilistas (Lengua de Trapo y Círculo de Bellas Artes, 2023), donde defiende la construcción de una izquierda crítica y empoderada que sea capaz de volver a seducir a la gente.

Entrevista con Wendy Brown

Me gustaría comenzar comentando el contexto político actual. Lleva años reflexionando sobre las políticas neoliberales y sobre los diferentes tipos de reacción. ¿Cómo ve la situación política en Estados Unidos? ¿Cree que hay alguna relación con los recientes resultados electorales de la AfD en Alemania? ¿Cómo valora el hecho de que la mitad de los votos de la izquierda alemana hayan ido a la opción de Sahra Wagenknecht?

Es lo que vemos en todo el mundo, pero nos solemos fijar principalmente en Europa y Estados Unidos. Lo que tenemos es una derecha muy fuerte y organizada, tanto a nivel del partido como, cada vez más, a través de las redes sociales. Y debemos preguntarnos cómo se ha llegado hasta aquí, de dónde viene este movimiento. Parte de lo que llevo explicando los últimos diez años es, básicamente, en qué medida esta transformación tiene su origen en el neoliberalismo.
En ese sentido, habría que considerar dos aspectos. Uno es el daño económico que el neoliberalismo ha hecho a las clases medias y trabajadoras; el daño a sus expectativas económicas, a su sentido de seguridad, a su imagen del futuro. Pero el segundo tiene que ver con el daño que ha hecho el neoliberalismo a una apreciación de la democracia entendida como poder popular compartido. Mi opinión es que los mercados, desde un punto de vista neoliberal, están destinados a reemplazar toda comprensión de poder popular compartido. Desde ese punto de vista, la propia democracia es invocada como una idea totalitaria. Sé que podría parecer paradójico, pero el argumento de los neoliberales «originales» es que una democracia robusta es inevitablemente tiránica porque la legislación social, la redistribución y la justicia social son todas ellas formas de ingeniería social que están equivocadas en lo fundamental. Eso es lo que escuchamos en las derechas de hoy, que dicen constantemente que lo que quiere hacer la izquierda es ingeniería social. Por eso creo que le resulta tan fácil a la derecha tomar a una demócrata de centro como Kamala Harris, o a muchos de los demócratas de centro que hay en Europa, y llamarlos marxistas. Para ellos no existe una gran diferencia entre la ingeniería social de un Estado marxista y la ingeniería social de un proyecto legislativo que dice que debería haber igualdad para las mujeres, para las personas LGTBIQ+, pero también y sobre todo, redistribución económica. En suma, creo que el auge de la derecha proviene de esta combinación entre precariedad para la clase media y trabajadora y devaluación de la democracia en sí misma.
Otra raíz de la nueva derecha sería la creciente ansiedad en torno a la migración y el cambio climático. Sería fácil considerar que la derecha parte de una política antiinmigrantes, pero es importante darse cuenta de que llega a esa posición a partir de la idea del mundo como un lugar precario, de escasez; es decir, parte de la idea de que no va a haber suficiente para todos si sumamos las devastaciones del cambio climático y las del neoliberalismo. La clave para ellos, en mi opinión, es que debes agarrarte a lo que tienes y pegar un portazo. Sin duda, estamos viendo cómo este tipo de lenguaje se va generalizando en la derecha.

En su libro Estados del agravio. Poder y libertad en la modernidad tardía (Lengua de Trapo, 2019), publicado originalmente en 1995, abordó la cuestión de las políticas de la identidad, así como su relación con el sentimiento de «agravio» y el feminismo. Treinta años después de su publicación, tomando en cuenta las contribuciones de En las ruinas del neoliberalismo (Traficantes de Sueños, 2020) y Tiempos nihilistas, ¿cómo ve hoy estas cuestiones? ¿Mantendría actualmente la posición que defiende en Estados del agravio sobre las universidades estadounidenses y sobre las políticas de la identidad o quizás tendría hoy un enfoque diferente?

Hoy revisaría ese argumento, por supuesto. Escribí ese libro hace treinta años, dentro del contexto de la política estadounidense de principios de la década de 1990. No hablaba contra las políticas de la identidad, sino que planteaba qué necesitábamos en ese momento; quería ver hasta qué punto las fuerzas históricas que producían las políticas identitarias también tendían a impedir que esas mismas políticas imaginaran un futuro en el que la identidad se disolviera, que ya no importara. La política de género, la política feminista y la antirracista, en lugar de imaginar un mundo en el que la raza, el género o la sexualidad no importaran, fueron investidas cada vez más como «pérdida» y como sede de un «daño» y un «agravio». Hoy, por supuesto, el lugar en el que vemos ese agravio más claramente es en la política de la identidad masculina blanca, donde el duelo es mayor y cuyo mayor adalid es Donald Trump, que es el maestro de la política de la identidad agraviada. Ese es su juego, incluso como hombre blanco extremadamente rico y poderoso. Por eso hoy tendría que revisar mi planteamiento e incluir esta cuestión; es decir, mostrar cómo, al final, la identidad agraviada ha resultado ser la del hombre blanco y heterosexual. También creo que muchos de los proyectos de las políticas identitarias de izquierdas se han vuelto más expansivos: hoy se unen, se forman coaliciones entre la política climática y la anticapitalista… Esto no era así en los años noventa, y pienso que merece nuevos análisis.

Continuando con el tema de la victimización, podríamos establecer que es un elemento que en la actualidad beneficia estructuralmente a la extrema derecha de todo el mundo. ¿Puede la izquierda todavía hacer uso del concepto de «víctima» de alguna manera? ¿O ya hemos pasado esa fase y, como sugiere en Tiempos nihilistas, deberíamos buscar otro modo de generar el deseo, la seducción o la posibilidad de «agregación» al imaginario de izquierdas? ¿Está, en fin, acabada la noción de «víctima»?

No creo que esté acabada, pero sí que hay una sensación creciente en parte de la izquierda de que la victimización no es la mejor estrategia; o de que, incluso, cuando quieres identificar las fuerzas de opresión como un problema particular, con vistas a construir aliados y alianzas y alcanzar el poder en sí mismo, es mucho más potente hacerlo a través de la visión de un mundo mejor y no de la articulación de los diferentes detalles de la victimización. Hay, por supuesto, momentos en los que uno debe identificar los peligros y la violencia o la opresión. Podemos usar el ejemplo de Estados Unidos, donde se está librando una gran batalla contra las políticas antiabortistas. Uno de los momentos más poderosos en la Convención Demócrata fue cuando tres mujeres subieron a escena a contar cómo se les denegó el derecho al aborto. Estas cosas son importantes, pero inmediatamente debes transformarlas en un lema: «Necesitamos libertad reproductiva para todas». Debes pasar de la víctima a la visión.

Por favor, corríjame si me equivoco. Diría que en Tiempos nihilistas utilizó a Nietzsche y su lectura del resentimiento para describir el agravio que define los populismos de derechas, el resentimiento masculino y esa difundida sensación de tener derecho a disfrutar de los privilegios que se están poniendo en cuestión. Bajo mi punto de vista, esto debe entenderse como una inversión de Nietzsche, como una buena alternativa para seguir usando sus conceptos. Siguiendo este camino de lectura del pensador alemán, ¿podría la izquierda continuar esta senda y utilizar conceptos como «voluntad de poder» o «vitalismo» de una manera emancipadora? Para ponerlo en términos de Jean-Luc Nancy, ¿podemos defender una especie de «aristocracia igualitaria» o supondría ir demasiado lejos?

¡Es una gran pregunta! Dicho rápidamente: siempre intento tomar prestado de cualquier pensador lo que pueda contribuir a que la izquierda piense de modo más crítico, pero también más empoderador o emancipador, y sin duda Nietzsche es uno de esos pensadores. Como sabe, también recurro a Carl Schmitt o a Max Weber, considerados igualmente problemáticos, pero creo que a la izquierda le vendría bien un poco de «voluntad de poder». No estoy tan segura del «igualitarismo aristocrático» que sugiere Jean-Luc Nancy, pero me encantaría poder discutirlo con una cerveza. En cualquier caso, creo que sí hay muchos elementos en Nietzsche que podemos recuperar para que pasen a formar parte de un pensamiento emancipador.

Un tema importante para usted es la relación entre el neoliberalismo y la reacción autoritaria. De alguna manera, ha ido más allá de la interpretación del neoliberalismo que hacía en El pueblo sin atributos. La secreta revolución del neoliberalismo (Malpaso Ediciones, 2017) donde, según entiendo, no consideraba la relación entre neoliberalismo y reacción autoritaria. No sé si esto refleja algún tipo de autocrítica o si está avanzando en esa dirección hoy porque no lo abordó en aquel momento.

No lo hice entonces por varios motivos. Ese libro se publicó en 2015, pero, como suele ocurrir con los libros, lo escribí antes, entre 2010 y 2014. La derecha tal y como la conocemos ahora ya comenzaba a surgir, pero me centré más en lo que por aquel entonces llamé el «vaciamiento de la democracia» que en el asalto directo que vendría después. Para cuando salió el libro, ya habíamos tenido la crisis económica en Europa y habían aparecido Trump, Bolsonaro, Erdogan y demás, aparte de partidos como Vox, AfD y todos los que se mueven en esa estela. Eso significaba que necesitaba centrarme y analizar el ataque directo a la democracia en el que también se ha involucrado el neoliberalismo. Pasé mucho tiempo explorando este asunto en el libro En las ruinas del neoliberalismo, que no deja de ser una revisión de las tesis anteriores o de tesis a las que había dedicado mucho tiempo en otros libros. Allí argumento que el neoliberalismo no supone solo el vaciamiento de la democracia, sino también un ataque directo a ella.

En Tiempos nihilistas define el nihilismo, leyendo a Nietzsche y Weber, como la situación en la que los valores se devalúan. Sin embargo, la lucha política en torno a los valores es más feroz que nunca, bajo la forma de lo que suele denominarse «guerra cultural». La derecha acusa a la izquierda de ser el establishment. ¿Cómo debería enfrentar esta situación la izquierda actual?

De una manera agresiva. Es decir, la izquierda debería afirmar sus valores, revestirlos con el lenguaje más convincente y seductor que pueda y derrotar a la derecha. Esto significa que no debe estar continuamente defendiéndose de las acusaciones de la derecha, sino emplear todos sus esfuerzos intelectuales y todo su trabajo en hacer que su propia tabla de valores atraiga o seduzca a la gente.

Wendy Brown firmando libros

Wendy Brown firmando libros

Si observamos detenidamente ese fenómeno, podríamos decir que el soft power [poder blando] americano actual parece albergar cierto sentido común proqueer y protrans. Estoy pensando en series que han visto mis padres como Sex Education en Netflix o Euphoria en HBO. En España, la derecha incluso se refiere a Netflix como «Wokeflix». Pienso que este poder blando, incluso el poder blando institucional, es bastante fuerte. ¿Cree que esto podría cambiar? ¿Hay peligro de un retroceso cultural antiwoke? ¿O quizás el poder blando de esta derecha se reduce a X [Twitter]?

Otra muy buena pregunta. Es un tipo de poder blando que funciona y que es, en cierto modo, educativo. Las personas de derechas no pensarían eso si no fuera porque ven esos programas y les gustan. No saben exactamente por qué, pero es así. Obviamente, desde Gramsci sabemos que la cultura es un poder muy importante. Stuart Hall nos dio una teoría muy elaborada sobre ello. Y, seguidamente, toda la escuela de Hall la reforzó. Pero no me preocupa el movimiento cultural antiwoke porque no es el punto fuerte de la derecha. Cada vez que intentan hacer algo tan atractivo como una de esas series que ven tus padres, fracasan. Piensa en un solo contenido audiovisual conservador. El último programa de ese estilo que recuerdo que funcionase en la derecha, mucho antes de que tú nacieras, fue uno creado por la Iglesia católica: Misa Folk. Eran hippies, jóvenes que se reunían los domingos por la mañana para cantar canciones folk, en lugar de sacerdotes dando sermones. Tuvo bastante éxito a la hora de mantener a la gente joven en la Iglesia, pero no podía competir con los experimentos de los sesenta y setenta, con las drogas, el sexo y el rock and roll. En cualquier caso, pienso que la creación de contenidos es una de las herramientas más poderosas de la izquierda. También creo que la izquierda tiene que ser astuta respecto a esta cuestión, como lo son los productores de Netflix. Deben crear algo divertido, sexi, emocionante y cálido para así ampliar su audiencia en lugar de alejarla.

¿Está Netflix haciendo el trabajo de la izquierda? ¿Están trabajando para nosotros?

Sí, están haciendo nuestro trabajo. Y sí, deberíamos aprender de ellos y hacer nosotros más ese tipo de trabajo.

En una línea similar, usted ha estudiado el fenómeno incel como un producto del resentimiento. No sé si conoce un meme de los Simpson en que el señor Burns, intentando parecer joven, entra en X y trata de hacer memes. Es, como dirían los jóvenes, cringe. ¿Cómo podríamos abordar este tema? En la política española no se sabe cómo dirigirse a esta enorme comunidad. Por un lado, están las chicas de dieciséis años que ya saben que nadie puede mirar su teléfono. Por otro, los jóvenes que temen por sus privilegios y entran en estos foros incel: esta gente no está viendo las series de Netflix; las vetan, hacen memes de ellas y de las películas de Disney con personas negras.

La gran pregunta que la izquierda debe hacerse es: ¿por qué están enojados estos jóvenes? ¿Qué temen? Creemos saberlo: están enojados porque se sienten desplazados por el feminismo y los migrantes; temen no tener futuro ni expectativas de futuro. No voy a responder directamente a tu pregunta, solo diré que la izquierda debe encontrar la manera de abordar esa ira y ese miedo. Tenemos que darles una vida mejor. Debemos ofrecerles un sentido de pertenencia, un lugar, un horizonte, un futuro. Desde luego, no es fácil, porque están tan inmersos en los memes, en el odio, en la rabia y en el desprecio que la cosa parece no tener solución; y, además, la mayoría de ellos no tienen estudios…

Sí, pero estamos con las manos atadas. Porque la política alemana Sarah Wagenknecht, líder del partido BSW, que se autodefine como «conservadora de izquierdas», o los políticos rojipardos lo tienen más fácil. Para un cosmopolita o un kantiano…

Sí, así es. Lo sé, debemos dar muchos rodeos y muchas explicaciones. Lo tenemos más difícil…

Ellos, simplemente, pueden decir: «Odio a esa gente».

Ofrecen seguridad, pero realmente no ofrecen un futuro. Solo ofrecen, como dijiste, un lugar donde puedes desahogar tu rabia y tu desprecio. Pero estos chicos incel siguen en el sótano de las casas de sus madres sin trabajo ni futuro. No tienen pareja, ni familia, ni un buen trabajo; carecen de autoestima, solo tienen su rabia. Así que no tengo la respuesta, pero sé que tenemos que meternos en ese terreno y encontrar una manera de construir un proyecto de izquierda que los incluya y les ofrezca un lugar.

En Tiempos nihilistas sugiere que la izquierda necesita descentralizarse para responder al deseo y al afecto popular. Entiendo, corríjame si me equivoco, que acepta algunas premisas del problema de la hegemonía siguiendo la línea de Gramsci, Stuart Hall o Fanon. Y Chantal Mouffe aparece como una suerte de espectro en su libro. Entonces, ¿por qué no Laclau? Aquí en España, en la última década, hemos leído mucho a Laclau, como se imaginará. Y no estoy seguro de si usted no los cita porque desea diferenciarse de este tipo de «populismo», o si está tratando de construir algo así como un «populismo republicano», mezclado con la Ilustración, con Kant, con la finitud. ¿Está intentando dar una suerte de enfoque liberal o republicano al populismo?

No, no. Y ¡gran pregunta de nuevo! Soy seguidora de los trabajos de Laclau y Mouffe. Defiendo la existencia de los populismos de izquierdas frente a aquellos que dicen que los populismos solo pueden ser de derechas. Soy una gran entusiasta de los movimientos populistas de izquierdas en América Latina. Pero creo que, en cierto sentido, te estás preguntando por qué no estoy más comprometida con la versión que dan Laclau y Mouffe, en sus diferentes libros, de los mitos populares. Diría que esta es, probablemente, una cuestión de cultura nacional o de desde dónde se escribe. Puede sonar extraño, pero en los Estados Unidos estos pensadores no ocupan el mismo lugar que tienen en España y en América Latina. Diría que solo lo tuvieron en los noventa, a raíz de la publicación del libro Hegemonía y estrategia socialista, que era un texto de izquierdas…

Festival de las Ideas

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Y tal vez con Contingencia, hegemonía, universalidad, el libro que coescribieron Laclau, Žižek y Butler, publicado en 2011.

Sí, pero todo eso ha desaparecido. El republicanismo de izquierdas sería sin duda mejor que lo que tenemos ahora, pero diría que estoy más comprometida de lo que pudiera parecer con algo más parecido al mito popular, democrático y socialista. Creo que se trata de una cuestión del contexto estadounidense y del lenguaje que tenemos que usar en ese contexto más que otra cosa.

Terminemos con un mensaje para la universidad. Las universidades públicas están bajo asedio aquí y en todo el mundo. Los estudiantes de humanidades o filosofía escuchan que ni las unas ni la otra son útiles, que no podrán conseguir un trabajo. ¿Qué deberíamos decirles?

Nunca ha habido un momento más importante para instruir a los ciudadanos. Nuestros problemas son inmensos, complejos, y la gente necesita saber cómo estudiarlos, cómo entenderlos y cómo analizar toda la información que les llega a través de las redes sociales y otras fuentes. La universidad es el lugar donde aprendes esas cosas, a través de las humanidades, de las ciencias sociales y también de las ciencias y las artes. Necesitamos todos los componentes de lo que podríamos llamar una «educación clásica» para poder entender nuestro mundo, cuestionar las mentiras y actuar de manera efectiva. En mi opinión, el hecho de que las universidades estén siendo atacadas es uno de los mayores peligros de nuestro tiempo y lo debemos combatir.
Nunca ha sido tan importante como ahora que los estudiantes defiendan su derecho a recibir una educación universitaria asequible, accesible y excelente; no una mera formación para el trabajo, sino una educación que desarrolle la mente y su capacidad de entender el mundo, para que los jóvenes puedan, de nuevo, ser ciudadanos. El profesorado, por supuesto, debe ser capaz de defender el trabajo que realiza, las investigaciones y la docencia que lleva a cabo frente al intento de reemplazarlos con IA 
y el predominio de lo que llamamos STEM [Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas, por sus siglas en inglés].

Fotografía Rafael Fraile

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